miércoles, 23 de junio de 2010

LA FALACIA DEL VALIENTE Y LA UTOPIA DEL FRACASO



¿Eres valiente?

Conversando con muchas personas, me doy cuenta de que el concepto de “valentía” no ha cambiado mucho en nuestra sociedad en los últimos años. Se sigue pensando que una persona valiente se caracteriza por; no tener miedo, no llorar, no hablar de sus emociones, una actitud que ante los demás se interprete como “una persona fuerte”, con gran “orgullo”.

Nada está más lejos de la realidad que ésta definición de valiente. Primero, porque es imposible no sentir miedo, todos los seres humanos lo experimentamos en menor y mayor medida ante diferentes estímulos o acontecimientos. Uno pierde el miedo a estos cuando los enfrenta, sin embargo, esto implica que lo haya experimentado en un determinado momento.

La valentía y el miedo están íntimamente ligados. ¿Quién es más valiente? Aquel que no siente miedo a saltar de un avión y lo hace o aquel que le teme a los temblores y a pesar de ello logra enfrentarlo en medio de uno, manteniendo la calma para no perjudicarse a sí mismo, ni a nadie. Para el primero, el saltar no será un acto de valentía, pues el no tenerle miedo a dicha acto significa que para él es algo natural, seguramente, emocionante y divertido, pero no le supone un reto, ni enfrentarse a sí mismo. Cosa que si sucede en el segundo caso. La persona en medio del temblor no solo hará frente al acontecimiento temido, sino que tendrá que afrontar y encarar a su propio temor, a sí mismo. Esta acción supuso un reto personal, el cual pudo superar con su propio valor. Valiente no es aquel que no siente miedo, sino aquel que sintiéndolo lo afronta.

No llorar no es un indicador de fortaleza, sino más bien de represión y poca capacidad para afrontar sus propios pensamientos, emociones y sentimientos, así como también para expresarlos. Una persona que no llora por querer aparentar fortaleza se encierra a sí misma tras una pared de pensamientos rígidos, tales como; “solo lloran las mujeres”, “si lloro van a pensar que soy débil”, “tengo que ser fuerte y no llorar por que sino se aprovecharan de mi”, entre muchos otros, que limitan su óptimo desarrollo y desenvolvimiento personal. El retener el llanto solo produce una gran carga emocional en nosotros, que disminuye nuestra capacidad de pensar racionalmente y objetivamente, llevándonos a emitir juicios subjetivos sobre las situaciones que atravesamos y decisiones inadecuadas de las que no podemos luego arrepentir.

Una persona fuerte es aquella que es capaz no solo de enfrentar a algún acontecimiento o estimulo externo, sino aquel que fue capaz de ponerse en contacto consigo mismo y entender lo que está pasando dentro de sí y en base a eso tomar acciones.

Les daré unos ejemplos:

Ejemplo 1:

Un día una persona llamada “L” estaba en la casa de su enamorada. Decidieron salir a comprar. Camino a la bodega había un grupo de 6 u 8 pandilleros sentados en una esquina. Cuando vieron pasar a “L” y a su enamorada ellos los insultaron, sobre todo le gritaban cosas a ella. Cuando pasaron nuevamente para regresar a la casa, los pandilleros continuaron insultándolos. “L” muy molesto y en un acto de “valentía” (movida por su gran orgullo) se acercó a los pandilleros amenazante. Como era de esperarse los pandilleros le pegaron entre todos, le terminaron rompiendo el tabique, por lo que tuvo que ser llevado de emergencia y luego tuvieron que operarlo. No solo arriesgo su vida y su integridad, sino también la de su enamorada. Gracias a Dios, los pandilleros no hicieron nada más y se fueron.
Hasta el día de hoy “L” piensa que no se arrepiente de lo que hizo. Admite el riesgo que le hizo correr a su pareja, sin embargo, de alguna manera sigue siendo más importante para él “el no haber quedado como un cobarde”. Esto a su vez es un gran ejemplo de cómo la cultura machista aún persiste en nuestra sociedad y que lamentablemente lleva a tantos jóvenes a mantener un estereotipo del “valiente” totalmente erróneo y peligroso.

Ejemplo 2:

“H” y “G” son hermanos, siempre se han llevado bien. Ambos tienen los mismos gustos y comparten muchas cosas. Ambos son muy capaces e inteligentes, sin embargo, a “H” le fue mejor en los estudios y en lo laboral que a “G”. “H” ha invitado a su hermano “G” a la cena de celebración de su ascenso en su casa. Este último se comunicó conmigo hace unos días para decirme que no sabía que hacer, que sabía que amaba a su hermano y que siempre iba a ser así, pero que sentía mucha envidia de que a “H” le fuera mejor que a él. Y por lo tanto había decido alejarse de él lo más posible (ellos son independientes ya cada uno tiene su casa). Le recomendé a “G” que se tranquilice que sus emociones no le estaban permitiendo pensar claramente y que iba a terminar tomando una decisión innecesaria que solo iba a herir a ambos. Le pedí que luego del trabajo fuera a su casa y dejara salir toda esa emoción contenida.

Le dije que si tenía que llorar que llorara, que si tenía que gritar que lo haga (debajo de la almohada). Que si tenía cólera que golpeara su colchón hasta el cansancio. Le dije que esos simples y sencillos actos liberarían su emoción y que cuando esté más tranquilo podría pensar mejor. También, le dejé saber que dejar de ver a su hermano lejos de ser una decisión, sería huir y que eso no resolvería el problema, sino todo lo contrario. Por último, le pedí que enfrentara su miedo y fuera a ver a su hermano. Cuando volví a hablar con “G” me dijo que se había permitido llorar y que eso luego le permitió pensar mejor las cosas y decidirse a ir a ver a su hermano en la celebración de su ascenso, se sintió mucho mejor y se dio cuenta del problema que hubiera causado en su vida de haberse alejado.

Hay un tema muy relacionado a la valentía y al miedo, y es el fracaso. Muchísimas personas hoy en día muestran un enorme temor al fracaso, a la no consecución de sus metas, deseos, sueños, etc. Como les dije, valiente no es solo el que es capaz de enfrentar a alguien o algo, sino más bien aquel que es capaz de enfrentarse a sí mismo y tomar las riendas de su propia vida.
Hay muchas cosas que uno puede controlar. Uno es el que decide si salta o no del avión, si se enfrenta a los pandilleros o no. Y cuando se trata de éxito y fracaso es lo mismo. El que finalmente hayas o no saltado del avión no te hace ni más, ni menos valiente, ni mucho menos un fracaso. Lo único que significa que no hayas saltado es que no quieres ser paracaidista. Tengo un amigo que no saltó del avión cuando se fue con un grupo de sus amigos a hacer paracaidismo. Por mucho tiempo lo fastidiaron de cobarde y el se sentía un fracasado por ello. Años más tarde nos daría a todos la sorpresa de que era bombero. Nunca saltó de un avión, pero si ha arriesgado su vida incontables veces para salvar a otras personas. Él, el día que no saltó del avión tuvo dos opciones, 1) creer que era un fracasado y cobarde para siempre, o 2) Darse cuenta de que el paracaidismo no era lo suyo y que eso no lo hacía menos. Pero que había otras formas en las que podía mostrarse a sí mismo su valentía.

El éxito se define para muchos como la consecución de una o más metas. Y es verdad, pero también tiene que ver con la valoración que uno mismo le da a lo que logró, eso es lo más importante. Siempre hay dos opciones, puedes elegir entre sentirte feliz y valorar que terminaste tu carrera y al día siguiente decir “duh! Pero si solo soy un administrado, psicólogo, contador más” o puedes sentirte satisfecho y feliz por el resto de tu vida por el esfuerzo que supuso terminar la carrera y de ser lo que eres como tal y reinventarte y recrearte dentro de lo que eres para ser el mejor (que para ti puedas ser).

Entonces, el éxito y el fracaso se hayan más que en la acumulación de metas y objetivos alcanzados, en la verdadera y sincera valoración de los mismos. Y el éxito y el fracaso no deben ir ligados únicamente a un aspecto, como a tu profesión o a tus adquisiciones, sino más bien a ti mismo como persona integral. De nada sirven tu millones de soles, si los hiciste a costa de no ver nunca a tu hijo ¿verdad?
Él éxito y el fracaso solo son valoraciones personales y sociales. Muchos creen que el éxito se puede medir con bienes materiales, pero no es así, pues de ser no habría tantas personas con mucho dinero sintiéndose fracasadas. El éxito está ligado a la satisfacción personal y ésta a la felicidad, mientras más capaz seas de valorar tus logros y no juzgarte por tus errores, más exitoso serás y más probabilidades tendrás de conseguir tus metas.

El fracaso es utópico, pues la única manera de no lograr lo que quieres es si dejas de intentar, pero el dejar de intentar es un acto voluntario. Una vez conocí a un hombre que me dijo llorando que era un fracaso como padre y como persona, que había dejado a sus hijos de lado por años. Este hombre había cometido muchos errores con ellos, pero le hice entender que a sus 57 años y con tanta vida por delante, no había razón para dejar de intentar ser un mejor padre. Eso hizo y hoy en día sus hijos lo perdonaron, lo comprendieron y tienen una buena relación.

“El fracaso lejos de ser algo tangible, es una etiqueta que utilizamos para escudarnos en nuestros miedos, en nuestro victimismo y en nuestra desidia. Saquémonos esa venda en los ojos y seremos capaces de ver el infinito mundo de éxitos y logros que somos”.

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